Mucho más que un lenguaje



Multitud de factores influyen en la toma de decisión de cambiar de país, en definitiva de vida. Factores individuales de cada uno y conjuntos como familia. Una educación distinta para los niños, un trabajo más interesante, aprender un idioma... Lo típico que uno piensa en este tipo de situaciones.

Lo que no podría imaginar era el crecimiento personal tan intenso que conlleva. Lo cual desde mi punto de vista es mucho más enriquecedor que todos los demás factores juntos. Pero este crecimiento no es gratuito ni fácil.

Esta mañana, en clase de comunicación, la profesora hablaba de lo duro que es aprender un idioma de adulto, no para un examen, sino para vivir. Nos hablaba de la presión en el pecho que se siente cuando no te puedes comunicar como te gustaría... de lo ESTÚPIDA que te puedes llegar a sentir o que te pueden llegar a ver.

Y en medio del discurso una de mis compañeras ha empezado a llorar. Enseguida ha pedido disculpas por el llanto, siempre es la más sonriente de todas. Imagino que en su cultura no está bien visto mostrar los sentimientos en público.

Y entonces aparece LA EMPATÍA, y desaparecen las diferencias culturales, los países de origen, los idiomas, las religiones... Porque todas sentimos la presión en el pecho, el dolor de garganta por no podernos expresar, sentimos que un abrazo de una desconocida puede ser más significativo que el de un amigo en un momento determinado, porque fluyen los sentimientos, la comprensión sin palabras.

Da igual los estudios que tengas, tus títulos universitarios, o que seas una gran profesional. El cambiar de país te da una bofetada de humildad que te deja en el suelo, pequeñita y callada. Pero esto te proporciona unos aprendizajes que claramente no te enseña la universidad. Y creces como persona, te reencuentras contigo misma porque nunca has estado tan sola, y desarrollas unas capacidades nuevas y fantásticas. Y siiii, vas aprendiendo inglés, pero me río yo del inglés en comparación con lo que aprendes de tí misma.

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